• 26 abril, 2024

A fuerza de voluntad

Julio Martínez Pozo

Praga, República Checa.-Este país surgió del deseo de las fuerzas emergentes de una sociedad por hacer prevalecer su identidad. ¿Qué era el praguense?  Una mescolanza confusa de cuatro etnias: alemanes por lengua y por cultura, judíos por asimilación, checos de sentimientos y austríacos de nacimiento.

La élite alemana que lo dominaba todo, se fue haciendo  minoritaria sin percibirlo, vieron emigrar de los campos a la ciudades, un campesino que luego se hizo proletario, y  fue incursionando en otras áreas, y se hicieron comerciantes, plomeros, albañiles, maestros constructores, maestros,   escritores, políticos,  entre una variedad de intermediaciones que formaron una clase media y otra clase burguesa, que junto a un proletariado que se dejó impregnar de la idea de que serian la supuesta vanguardia de la sociedad, reclamaban un espacio y un patrimonio propios.

La primera revolución de Praga fue la del progreso, que el cronista Johannes Urzidil, resume: “Y alrededor de esta existencia burguesa aparentemente tan asentada de la buena sociedad alemana de Praga, la vida de la sociedad cambiaba a una velocidad vertiginosa. El estrépito de las máquinas  de construcción y de las piquetas quebraba el silencio de los salones, y donde ayer todavía había un antiguo muro, mañana ya podía levantarse hacia el cielo un moderno edificio de viviendas”.

Con el  desarrollo de nuevos actores sociales, iba cobrando fuerza el sentimiento de pertenecer a un país que no se había identificado aún, pero que no era ninguno de los que se les pretendieron imponer.

La primera guerra mundial le concedió la oportunidad de plasmar su propósito, los checos aprovecharon la extinción del imperio Austro-húngaro, para ponerle nombre  a lo que sentían por dentro y junto con los eslovacos crearon a Checoeslovaquia. Su propósito  era lo Checo, pero   la unión de esas  provincias le daba consistencia a la creación de un nuevo Estado.

En la Segunda Guerra Mundial  Adolfo Hitler apagó su sueño  y  anexó a Checoeslovaquia al territorio alemán, y luego de concluida esa conflagración la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas emuló a Hitler. Por suerte que Hitler no sometió a Praga a la destrucción que llevó a cabo en otras metrópolis de la Europa del Este, como  Budapest.

Antes de que  Gorbachov llevara a cabo su glasnot, los checos habían hecho  la  Primavera de Praga. Intentaron  permitir el multipartidismo y la libertad de prensa, pero la URSS invadió la nación para objetar esas transformaciones, que a partir de la Perestroika  los cambios se experimentarían en toda su dimensión.

Después que el colonialismo soviético pasó a mejor vida, ya no habría  riesgo para que checos y eslovacos, ambos eslavos, llegaran a un  entenderse. Como ocupaban territorios distintos y tenían sus propias bases de desarrollo, convinieron dividirse en dos repúblicas  independientes. Es la Revolución de Terciopelo, materializada en enero de 1993, beneficiosa para los dos países.

Seis millones de turistas vienen cada año a una de las ciudades más antiguas y hermosas de Europa, deseosos de recorrer los lugares donde hicieron vida Jean Neruda, Franz Kafka y Milán Kundera, pero no sólo de esas visitas vive esta economía, que ha puesto a circular sus coches y sus maquinarias por todos los continentes.

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