• 24 abril, 2024

Deontología de la comunicación

Con el desarrollo vertiginoso de los medios masivos debido al auge de las tecnologías de la Información y la Comunicación, las actuales generaciones tienen una gran ventaja respecto de las sociedades previas a la Segunda Guerra Mundial. Esta preeminencia, sin embargo, no está libre de acechanzas.

Si hay una cosa clara hoy día es que la segunda conflagración planetaria dejó establecida la importancia que tienen los medios de comunicación y la información en el mundo contemporáneo. Aunque también, una de las víctimas de esa y otras guerras en muchos aspectos, ha sido la verdad, pero no es el tema.

Esa guerra trajo, además, una época de variados enfrentamientos entre las dos súper potencias: Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Es precisamente la experiencia de la Segunda Guerra Mundial y las circunstancias de la Guerra Fría, lo que coadyuva al desarrollo de las tecnologías de la Comunicación y la Información, avances que se acentuaron en el plano militar, primero, y luego en el civil en los últimos 35 a 40 años.

No hay dudas de que ha sido de gran beneficio para la humanidad la aparición de los satélites espaciales, la televisión por cable y la tecnología digital, elementos de la modernidad que colocan al hombre en capacidad de participar del amplio mundo de la información y la comunicación. El gran estudioso de los fenómenos comunicativos, Armand Mattelart, contrariamente, entiende que la comunicación y sus tecnologías- y su investigación- se desarrollan al servicio del poder militar y civil, que aprovechan las guerras exteriores, coloniales e internas, como laboratorios de tamaño natural.

Para bien, el ciudadano de hoy no es un simple receptor de información que decodifica sobre lo que otro piensa a través de los múltiples medios creados por esta tecnología digital, sino que el hombre y la mujer de estos tiempos crean sus propios mensajes y están en capacidad de compartirlos en el ciberespacio con millones de seres humanos.

Como todo fenómeno de modernidad, estos avances tienen sus puntos negativos, especialmente en los medios de comunicación, donde el uso exclusivo de estos estaban reservados a profesionales, que no sólo tenían un dominio pleno del lenguaje, sino que se sometían a unos códigos, muchas  veces no escritos, que respetaban los empresarios gestores de los medios y los propios profesionales que en ellos laboraban.

El primer derecho reconocido por patronos y profesionales de la comunicación, era el acceso a una información verídica, un principio recogido en los códigos universales de organismos como la UNESCO y las federaciones y organizaciones de periodistas a escala planetaria.

¿En qué consiste, pues, este primer principio? En el hecho de que todo periodista, o aquel que sin serle haga uso de los medios de comunicación, debe regirse por un solo norte: La Verdad. El profesor valenciano de Etica y Comunicación, Hugo Aznar, la define de la siguiente manera: “De este principio emana la obligación del periodista de adherirse a la realidad objetiva, evitando cualquier forma de distorsión de la información y procurando situar esta en un contexto adecuado”.

Hay otros elementos deontológicos, propios del ejercicio periodístico que deben servir de guía al momento que pretendemos jugar el rol de intermediarios entre el oyente, el televidente y el lector de las informaciones que servimos. El periodismo no sólo debe ser veraz y apegarse al libro de estilo, también al interés que tiene el público para que le sirva de educación, formación y entretenimiento; debe contribuir a la paz, al entendimiento y a la defensa y promoción de los derechos humanos. Por eso, la tendencia de la comunicación a repetir el periodismo amarillo del siglo XlX o al fenómeno presente de la telebasura, es una amenaza de la que debemos cuidarnos.

Inducir, por ejemplo, a elementos de la Iglesia Católica a opinar sobre un tema que en el gobierno no se discute actualmente como es el de una eventual reforma constitucional, se aparta de un ejercicio periodístico objetivo.

Se sabe que en algunos medios de comunicación ronda un personaje siniestro, no por su inteligencia y habilidad, que se hace llamar periodista, pero que no es capaz de escribir un párrafo. Sin embargo, se vale de artimañas para hacer publicar informaciones, no importa que sean noticias carentes de veracidad o ligadas con verdades a media.

Es de dominio general, cómo se lograron publicar esas “declaraciones” en esta oportunidad, pues posteriormente ese personaje se acercó a un funcionario del gobierno para pedirle cierta cantidad de dinero con el fin de hacer insertar en las páginas de algunos medios, lo contrario de lo que habían dicho tres obispos sobre los supuestos intentos de reformar la Constitución. En el año 2004, se trató de hacer lo propio pues, en base a la extorsión, el sujeto quería agenciarse unos millones. Ahora, pregunto: ¿Hay conciencia en los medios de que eso funciona así? No sé hasta qué punto, pero hay que abrir el ojo y no dejarse tomar el pelo por este chantajista. De lo que acabo de narrar, ocurrido en el año 2004, es testigo un alto representante eclesiástico a quien presenté los videos y nuestros reclamos fueron escuchados por la Iglesia.

¿Seguirá chantajeando en plena Era del Conocimiento, un ser humano que comete faltas ortográficas hasta con el pensamiento? Eso depende de la actitud que asumamos todos, políticos, personalidades públicas y medios de comunicación. Esa figurilla debe buscar otra forma de subsistir que no sea el chantaje y la extorsión. Una entelequia de estrategia comunicacional política no se puede sustentar en base a la mentira y el chantaje para caer en la incomunicación y la desinformación.

– Rafael Núñez

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