• 24 abril, 2024

El túnel del tiempo

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De Rafael Núñez

La teoría de la relatividad, de Albert Einstein, que inspiró la serie de ciencia ficción El Túnel del Tiempo, no sirvió para demostrar que el hombre podía ser capaz de viajar a través del tiempo. En cambio, la historia si puede retrospectivamente hurgar en los años y siglos para recordar pequeños y grandes acontecimientos que la humanidad ha vivido.

Echar la vista atrás siempre es importante, pues como decía a menudo el profesor Juan Bosch “para saber lo que somos hoy, tenemos que conocer quiénes fuimos ayer”.

Y se trata de eso: de examinar con detenimiento los fenómenos sociales, políticos, culturales y económicos que ocurrieron cientos o miles de años atrás. No para creer que la historia se repite, sino para saber que cada cierto tiempo se producen hechos parecidos, que sirven de lección en la vida política, social y económica de los pueblos. Es como entrar en el túnel del tiempo y escrutar aquellos hechos pretéritos para sacar de ellos las mejores enseñanzas.

Hoy es más fácil que ayer, pero ayer fue más fácil que antier. Los acontecimientos políticos generados por uno de los inventos más innovadores de finales del siglo XX y principios del XXl (el Internet y las redes sociales) son de una trascendencia extraordinaria, que se parecen a los registrados a propósito de la Revolución Francesa de 1789. Los cambios actuales, sin embargo, son de tal magnitud que sus consecuencias aún están por verse. Nadie sabe, por ejemplo, a dónde conducen los acontecimientos en Túnez, Egipto y Libia, sólo por citar esos tres países.

Si bien es cierto que los cambios políticos, agitados en las redes sociales y otros medios como Al Yazira son, en principio, positivos para los países en los que se obligó la salida de regímenes antidemocráticos, nadie tiene la certeza del alcance de esos conflictos sociales y políticos.

La Revolución Francesa de 1789, por ejemplo, que dio paso a la Revolución Industrial años después, puso fin al régimen monárquico, sustentado éste por la nobleza y el clero. La burguesía, una nueva clase gobernante que desplazó a los señores feudales, creó las precondiciones para el desarrollo industrial que se iba a fortalecer en los siglos XlX y XX. Esta revolución industrial tuvo su origen en las reformas institucionales y políticas que sucedieron al antiguo régimen monárquico, cuya clase de soporte fueron los feudales.

Las razones que llevaron al destronamiento del régimen monárquico las explican los historiadores por su rigidez, y luego al surgimiento de una nueva clase social (la burguesía), que sustituyó a la nobleza. Los burgueses alcanzaron un poder económico tan inusitado con el cobro de impuestos a los plebeyos, trabajadores y campesinos, que les llevó a obtener una gran riqueza, para luego encapricharse con el poder político.

Otra causa del desmembramiento de la monarquía fue el descontento de las masas populares debido a los tantos y altos impuestos, la crisis económica generada en parte por la participación de las tropas francesas en la guerra de independencia de Estados Unidos de 1776. Una causa adicional a señalar fue el resurgimiento de ideas liberales que soplaban en Estados Unidos, especialmente en las 13 colonias, puntos de vistas aquellos que eran aireados en Francia por Voltaire, Rousseau y Montesquieu.

Por aquellas ideas preclaras se le denominó El Siglo de las Luces. Si bien es cierto que desde Virginia se extendió un pensamiento progresista hasta Francia, es la Revolución Francesa que trae consigo los cambios que conocimos décadas después.

Esos avances tecnológicos de la Revolución Francesa, sin embargo, no se expresaron hasta tiempos más tarde. Esta revolución, que propugnó por la libertad, la igualdad y la confraternidad, tuvo un tropiezo en el año 1799 cuando Napoleón Bonaparte, que luego se erigiría como Emperador, produjo un golpe de Estado, conocido como el Dieciocho Brumario, con lo cual el jefe militar, recién llegado de la campaña de Egipto, se constituyó en el Primer Cónsul.

Si bien a Napoleón se le reconocen conquistas durante su régimen, la forma no democrática que accedió al poder se manifestó contra los deseos de libertad y apertura en que se habían expresado los franceses con la Toma de la Bastilla. Esta insurrección, la Toma de la Bastilla (símbolo del despotismo francés), fue una expresión popular que sirvió de ícono para manifestar el deseo de cambios del pueblo francés.

La Revolución Francesa, en consecuencia, fue un fenómeno político, social y económico que trajo consigo la Revolución Industrial que posteriormente provocó un salto económico para Francia, que había basado su economía en la producción agrícola, de la cual los señores feudales eran la expresión como clase social. La Revolución Industrial, empero, era sustentada por otra nueva clase social: La burguesía. La base ideológica de aquella revolución fue sostenida por los llamados ilustrados, es decir Voltaire, Rousseau y Montesquieu.

Como se ve, una revolución como la francesa, impulsada por las clases incipientes obrera y burguesa, trajo posteriormente situaciones de agitación social que se manifestaron con El Gran Miedo (La Grande Peur), una insurrección agraria que terminó de despojar a los señores feudales de tierras y servidumbres. ¿Quién podía afirmar en aquel momento que aquella Revolución Francesa, que tuvo una influencia en la parte Oeste de La Hispaniola (hoy Haití), iba a dejar insatisfacciones?

Como se puede observar, aquella gran epopeya del pueblo francés que se expresó en el terreno político, económico y social produjo insatisfacciones de sectores o capas de la población que, en principio, fueron la vanguardia de aquella histórica gesta.

Como ayer, hoy acudimos a la revolución tecnológica más impresionante que haya llevado a cabo el hombre, registrada después de otra gran conflagración: La Segunda Guerra Mundial. Esto nos lleva a pensar que al mismo tiempo que la humanidad vislumbra el fin de una civilización, como planteó el economista austríaco, Joseph Schumpeter, en su teoría sobre la destrucción creativa, resurge un nuevo renacer.

Sin embargo, nadie sabe a ciencia cierta si los cambios generados en Egipto, Túnez, Libia y otras naciones del mundo árabe terminarán con los objetivos propuestos por los actores de aquellas expresiones de libertad.

Como en La Bastilla, hoy son Trípoli, La Plaza de Perla en Bahréin y la Plaza Tahrir en Egipto que se constituyen en escenarios de libertad y de defensa a los derechos humanos. De entrada, esos pueblos conseguirán sus ansiadas conquistas, lo que es bueno, pero no hay la certeza de lo que pudiera desatarse después.

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