• 26 abril, 2024

La Banda "Colorá"

Una tarde de 1971, cuando despuntaba el verano, un vecino del ensanche La Fe, sector de la capital en el que nací y crecí, se apareció en mi casa sin aliento para informarle a mis padres que un grupo de forajidos había “detenido” a Narciso, mi hermano mayor, con el objetivo de darle una pela con una cadena, lo que puso nervioso a todos en la familia, incluso a quienes éramos muchachos.

La noticia, lanzada como una granada fragmentaria en la galería del hogar paterno, daba cuenta de que el grupo de La Banda “Colorá” (término dado por el color del entonces partido de gobierno) lo encabezada un reconocido delincuente de Cristo Rey, sólo conocido con el apodo de “El Sombrerú”, por su hábito de llevar la cabeza cubierta con un sombrero tan grande como sus atropellos.

Lo de colocar el apellido de “Colorá” a un grupo  para-policial, no partidista, fue un acierto de los propagandistas de izquierda con el fin de ponerle nombre y apellido al terror en las calles. Fue tan acertada la etiqueta puesta por la oposición que la historia registra a esa pandilla su mote político.

Aunque mi hermano Narciso se escapó de una tanda de golpes que pudo provocarle la muerte como a otros cientos de jóvenes, gracias a la intervención de nuestro padre, Vitico (un joven vecino) no escapó de los desmanes que todas las noches llevaba a cabo La Banda Colorá, una fuerza de choque para-policial, formada por el entonces mayor general Enrique Pérez y Pérez, jefe de la Policía Nacional, cumpliendo instrucciones del presidente Joaquín Balaguer.

Tres días después de que Narciso fue absuelto por las imploraciones de nuestro padre, Vitico, un muchacho del barrio cuya única “infracción”, en el arrogante mundo de los forajidos pagados por la política de turno fue ser joven, cayo en manos de la banda, y le dejaron irreconocible: los ojos hinchados, los pómulos alterados, marcas de los eslabones de la cadena  en el cuerpo, y vomitando sangre. Como Vitico, cientos de jóvenes fueron abusados en sus derechos, sin razón alguna en la mayoría de los casos.

La golpiza propinada a Vitico por miembros de La Banda “Colorá” fue una entre muchas, pues hubo muchos jóvenes dominicanos que no vivieron para contar su experiencia, pues fueron condenados a la muerte por ese grupo de vándalos. Con ése  “ejemplo” que dio ese grupo para-policial, sirvió para que en el ensanche La Fe nos enteramos de la llegada al sector del tenebroso brazo armado, formado en abril de 1971 con el nombre de Frente Joven Democrático Anticomunista y Antiterrorista.

Aunque se puedan alegar motivos políticos sobrados para contrarrestar las acciones de inestabilidad operadas por grupos de  extremistas de izquierda, los golpes contra Vitico tuvieron un origen personal, como muchas otras acciones planificadas y ejecutadas por elementos de ese grupo, con el apoyo de la Policía. Se supo después que al tal “Sombrerú”, Vitico no le caía gracioso.

Los desmanes y abusos de La Banda fueron ordenados desde el poder político, “como parte del esfuerzo más reciente (del gobierno) por intensificar la campaña contra el terror y la violencia provocados por la izquierda”. El entrecomillado es la opinión que la Embajada envía a Washington, según consta en el libro “Balaguer y los militares dominicanos”, de Brian J. Bosch, ex agregado militar norteamericano, que aborda el tema de la Banda “Colorá” en el capítulo lX.

Como bien narra el ex militar estadounidense, el grupo para policial inició sus operaciones en Santo Domingo pero su brazo de terror y muerte se extendió a todo el territorio nacional, llenando de luto y dolor a muchas familias dominicanas.

Para saber la magnitud de los atropellos y abusos cometidos por esas gangas de matones, podemos citar las afirmaciones del propio Brian J. Bosch:

“ …Su primer objetivo era aterrorizar a aquellos sospechosos de ser izquierdistas dentro de las escuelas públicas y la universidad estatal. Durante sus incursiones, las aulas eran arrasadas, los maestros intimidados y los estudiantes apaleados”.

Lo que surgió con un fin político para enfrentar las muertes de policías o ciudadanos considerados afectos al régimen, como establecieron entonces sus mentores, devino en lo que Brian J. Bosch plantea en su libro:

“Después del primer mes de mutilaciones ocasionadas por la Banda, era obvio que el alcance de las operaciones antiterroristas había ido más allá de los planes originales.

Esa realidad lo demuestran dos hechos citados por el ex militar norteamericano. El primero, fueron las acciones contra locales de una asociación de estudiantes universitarios de La Vega y de un sindicato en la capital; el segundo hecho horrendo fue posteriormente la muerte de los cinco jóvenes del Club Héctor J. Díaz.

Contra los desmanes de La Banda no sólo se expresaron los obispos y toda la sociedad, sino la propia Embajada de Estados Unidos en el país, según hace constar el ex agregado militar Brian J. Bosch en su libro.

A pesar de que el autor concluye dando razón a los argumentos de Balaguer para justificar la formación y operación de La Banda, cuarenta años después tenemos la libertad para escribir de esos episodios, crearnos nuestras propias opiniones sin que por eso nos pase nada. Esa es una mancha indeleble, parafraseando el cuento de Juan Bosch.

– Rafael Núñez

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