• 27 abril, 2024

Lo poco que sé

De Julio Martínez Pozo

No,  yo sí que ni hablé, ni me junté, ni compartí con ese caballero, que vivió una  temporada de esplendor en los ambientes más confortables de la sociedad dominicana, cortejado por jóvenes de la clase media alta, escoltado por militares y floreteado por el harén más exhibicionista del que se haya hecho galas en el medio social vernáculo.

Tuve referencia inexplícita de su existencia a raíz del atentado que segó la vida de la celestina Vienesa Cesarina Capellán (Bianca la Gorda), personaje muy conocido detrás de las cortinas de los ambientes en los que señores de holgados ingresos procuran entretención, pero sin ninguna trascendencia mediática hasta que no fue roseada por las ráfagas de metralleta que la llevaron a un intensivo y de ahí a la tumba.

Me tocó no sólo servir la primicia de la consumación del atentado, sino  enterar al gran público y a todos los medios de la existencia de esa dama y de su ocupación.

No, no fue porque la conociera ni la tratara, admito que a lo sumo nos habíamos saludado, topados de frente camino a los lavabos del restorán donde coincidimos en alguna tarde sabatina.

Supe lo que hacía, porque en una oportunidad siete amigos departíamos en una mesa, y ella se acercó con tarjetas para dos. Supe de inmediato, por otro de los marginados, que la discriminación se debió a que  seleccionaba muy bien el perfil económico de las personas a las que les gustaría ofertarles sus servicios.

Era muy cara y complicada, porque después que juntaba, separaba si ambas partes no se canteaban, y en la desesperación por recuperar  pérdidas en los casinos, chantajeaba sin ahorro de temeridad.

Pregunté y pregunté por la radio quién la había mandado a matar, y más o menos me “orejearon” con el ruego de que no siguiera insistiendo, por mi propia tranquilidad.

Me contaron que se había metido en rojo con un gran capo, por  buscarle otras entretenciones a su esposa, quien coordinaba el ya afamado club de las champañeras. No me dijeron quién era, ni me interesó su nombre, sólo me insistieron en que era poderoso.

Después del allanamiento a los apartamentos de José David Figueroa Agosto y de Sobeida Félix Morel,  se me dijo que el señor que  emprendió la fuga, era de quien me hablaban. En el requiso de una camioneta de Antigua Polanco, identificado  como lugarteniente de Figueroa Agosto y acribillado en el parqueo de Carrefull, se encontró el arma con la que habrían matado a Bianca La Gorda.

Se había manejado la hipótesis de que Bianca chantajeaba a Figueroa con amenazas de delación, pero eso no le habría generado temor, porque quienes permitían la presencia en el país de Felipe,  el nombre manejado en los restoranes, sabían mucho más que lo que la celestina pudiera contarles.

Es por eso que el doctor Marino Vinicio Castillo, asesor antidrogas del  Ejecutivo, le ha dicho al procurador  que no le hable del caso Figueroa Agosto, mientras no le expliquen quien ordenó que se dejara sin efecto la deportación que agotó  los trámites en el año 2007, incluyendo la firma del secretario de Estado de Interior  y Policía.

A partir de entonces Agosto lo que hizo fue actuar con mayor desenfado.

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