• 20 abril, 2024

Sonajero

Grisbel Medina

Jordi

Al conocer el placer sutil de madrugar, Jordi timbra el teléfono temprano. Llama para saludar, cuando algo no le queda claro o felicitar por lo que considera festejable. Jordi es un amigo nada corriente. Su ser tiene categoría de extraordinario. Es el dueño de una sonrisa amplísima nacido en la casa que anidaba a perseguidos por las garras de un Estado tintado por sangre de gallo colorao.

Solidario, de proceder honesto y discurso frontal es Jordi, aquel que afortunadamente no ha olvidado lo chulo que es bailar. Es un abogado joven cuyo birrete siempre está en la línea de lo justo. No es el típico jurista bravucón siempre vacante para defender a los diablos del narcotráfico. Es el hijo de Negro y Carmen, pareja que en pareja defendió los derechos humanos hasta que ella quiso volar primero a la luz eterna.

El miércoles pasado, la decencia fue herida junto a José Jordi Veras Rodríguez. Los disparos que intentaron opacar su mirada y silenciar su plática responsable no hirieron su cuerpo, sino la piel de la honestidad, la dignidad,  profesionalidad e integridad. Jordi es un muchacho honorable que ya no es hijo de Negro, sino de todas las familias que peregrinaron por la clínica Corominas para manifestarle cariño, apoyo, solidaridad.

La dimensión del repudio social al atentado tan cobarde, como quien lo encargó, debe empoderar a las autoridades, quienes tienen el deber de investigar y castigar a los culpables para que Jordi no sea protagonista ileso de uno de los tantos capítulos trágicos archivados y suplantados por las  bolas y circos policiales que diariamente se echan a correr.

Jordi, besos a Miranda. Sé que todo marchará bien en los “Yunaires” y que la fe, nueva vez, ha hecho obra en ti.

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