Acciones que castran la educación
Manuel Vólquez
Por considerarlo de interés, y con la autorización de su autor, reproduzco un artículo del periodista Alfonso Tejeda (Fonchi) publicado el 20 noviembre 2024 en el periódico digital Reporteextra.com. Se trata de un enfoque sobre las constantes suspensiones de clases promovidas por la Asociación Dominicana de Profesores (ADP) en las escuelas públicas.
Pienso que el comportamiento político-partidista del gremio, que con sus acciones propicia la ausencia prolongada de los maestros en las aulas, induce a los bajos índices académicos de la enseñanza inicial o básica en nuestro sistema educativo, especialmente en lo que respecta a asignaturas esenciales, como las matemáticas, ciencias sociales, naturales e historia, además de afectar la lectoescritura en los estudiantes.
Este es el escrito:
Sí la ADP quisiera, pudiera entender
Por: Alfonso Tejeda
La Asociación Dominicana de Profesores parece regodearse en la machacante suspensión de clases, afincada en una prepotencia que, con desbordante entusiasmo y nula cautela, desparrama sin ningún atisbo de solidaridad hacia los y las estudiantes, ni respeto por su misión formadora y de la responsabilidad que tiene para hacer de la educación el ancla de desarrollo de la sociedad.
Convencidos de una “imprescindibilidad” que asumen como imperturbable, los adepeistas hacen y deshacen -sin ningún sonrojo ni escozor- lo que les da las ganas con el calendario escolar, menos cumplirlo a cabalidad y desafían a las autoridades educativas a las que consideran obligadas a satisfacerles únicamente sus reclamos, ni nada les importa lo qué opina la sociedad de ese comportamiento.
Javier Cercas, escritor-novelista español, analizando el Brexit, la decisión de los británicos por separarse de la Unión Europea, decía en un artículo que esa acción tuvo como consecuencia que Inglaterra se pegara “un tiro en el pie”, por ignorar situaciones dadas, y concluye el articulista sobre el particular- y es lo que me interesa aquí – que “si uno es incapaz de asumir por entero su pasado también es incapaz de entender su presente”.
Ese pasado que desprecia la ADP es aquel respeto que la sociedad le tributaba considerándolos maestros y sujeto social importante, fervor y favor que han ido trastocándose en un cada vez más creciente cuestionamiento, y obvian los dirigentes del gremio también una lección política de aquel famoso libro rojo donde el “camarada Mao” recomendaba: “luchar con razón, con ventaja y sin sobrepasarnos”.
Es pertinente recordar esa cita por lo sucedido con otros gremios (sindicato de Codetel, de la minera Rosario Dominicana, Falconbridge y el lamentable y ojalá nunca repetible Sitracode), que disfrutaban de conquistas laborales muy por encima de otros colectivos obreros- tan amplias como las de los maestros ahora-, y pese a que entonces esa recomendación de “El gran timonel” era muy manoseada, también fue subvaluada por los dirigentes, facilitando así al patrón destruir esas organizaciones y descalabrar el movimiento sindical a partir de entonces.
Quienes hoy conforman y dirigen a la ADP, pese a que en su propia página consta, parecen ignorar que la entidad “surgió de los esfuerzos de las y los maestros para salvar el año escolar 1969-1970, amenazado por el cierre de los planteles públicos”, motivación que fue “la respuesta de las y los educadores dominicanos a una brutal agresión contra la educación”, auspiciada por el gobierno del
expresidente Balaguer, en otro contexto político, en el que también era otra la estirpe de los dirigentes profesorales (Ivelisse Prats, doña Zoraida Suncar, Enriquito de León, Jacobo Moquete, Milagros Pineda, Jesús de la Rosa, etc.) conscientes estas/os dé una irrenunciable responsabilidad con su misión formadora y comprometidos con la sociedad.
Es ese pasado que la dirigencia adepeista ha renegado, y que, por tanto, la hace “incapaz de entender su presente”, muy ajena a su anterior y destacada participación cuando se elaboró y puso en práctica el Plan Decenal de Educación, en 1992, y en la formulación de ley general de Educación 66/97, la que dispone del 4 por ciento del PIB para el sector, recursos insuficientes si se dejaran a la voracidad insaciable de los maestros y maestras de ahora, como parece ser el propósito que tienen con ese dinero.
Diez años después de la entrega de esos cuantiosos recursos presupuestarios, han sido los docentes los más beneficiados del derroche de ventajas y concesiones, pero que ellos en nada han retribuido a la sociedad, ni siquiera con una particular cautela del dinero que reciben, qué ni decir de aportar un desempeño que resulte en mejoría de la educación, sí todo lo contrario: ahora es peor que cuando la miseria ahogaba a los docentes y al sistema educativo.
Tal vez porque “es incapaz de entender su presente”, actúa el gremio de los educadores muy lejos de su responsabilidad de contribuir a la necesaria eficiencia de la educación, con los aportes que, si se dispusiera, puede hacer desde la participación y discusión para saldar los problemas técnicos-pedagógicos que castran al sistema educativo nacional y lo categorizan entre los más deficientes del mundo.