• 18 abril, 2024

Asesinos consentidos incontrolables

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Manuel Volquez

Por Manuel Vólquez

El 13 de diciembre de 2018 leí un informe del Instituto Nacional de la Salud de Estados Unidos donde revelaba detalles interesantes con respecto a los daños de los celulares en los niños y adolescentes.

Según la investigación, los niños que pasan siete horas o más con dispositivos digitales, como los llamados teléfonos inteligentes, sufren cambios cerebrales, tienen peor memoria y son menos inteligentes.

Se trata del estudio sobre el Desarrollo Cognitivo del Cerebro en Adolescentes, cuyos primeros resultados oficiales se publicaron a principios de 2019, y que involucra a 11 mil 874 niños de entre 9 y 10 años de edad, incluidos dos mil 100 gemelos y trillizos.

En particular, los menores que pasan más de dos horas al día frente a dispositivos digitales muestran peores resultados en pruebas de inteligencia y de habilidad lingüística, según el estudio.

La advertencia también va para los adolescentes, dado que pasan en promedio hasta seis horas al día frente a un smartphone o una tableta.

Estos resultados preliminares son un aviso para los padres de familia, quienes pueden todavía prevenir que se formen futuras generaciones idiotizadas, sugiere una de las conclusiones del estudio.

Por experiencia propia, he tomado medidas en mi hogar para evitar que ese fenómeno afecte la memoria de mi hija de diez años de edad. Ella, como todos niños, es adicta a un smartphone o una tableta, al extremo que dejaba de comer y hacer las tareas escolares para jugar con esos dispositivos.

Notaba cierta distracción y olvido en ella cuando la mandaba a buscar algo dentro del hogar. Vivía siempre con un audífono adherido a las orejas, muy concentrada en su tableta, y olvidaba hacer las tareas. Observé que, de lunes a viernes, luego de regresar de la escuela, pasaba seis horas ininterrumpidas con ese dispositivo y los fines de semana no lo soltaba.

Para corregir ese comportamiento, prohibí el uso de la Tablet de lunes a viernes y los fines de semana le impuse un horario de dos horas para sábado y domingo. Además, la instruyo para que ayude a su madre en las labores del hogar y antes de dormir la pongo a leer para que adquiera el hábito de la lectura.

De manera sorpresiva, le superviso el dispositivo para inspeccionar lo que está mirando o qué tipo de comunicación realiza con los compañeros del colegio, con amiguitos o los primitos. Lo hago porque la tecnología de los celulares de la época permite a los menores descargar aplicaciones de juegos con contenidos muy violentos. También, pueden ser seducidos por adultos pedófilos que se dedican a intervenir los dispositivos de niños y adolescentes para inducirlos a la pornografía utilizando falsos perfiles.

Los padres somos responsables de la situación detallada en el referido estudio. Somos muy dados a complacer a nuestros niños comprándoles celulares a su corta edad. Y no hablemos de los adolescentes, pues sabemos cómo se manejan con esos aparatos sin supervisión.

Un amigo me contaba recientemente, y hasta con uno tono de alegría, que su niña de tres años se enfurece cuando su tableta se desconecta de la Internet.

Una vecina les compró celulares a sus dos hijos de edades entre 10 y 12 años. Ellos ven de todo en esos aparatos, sin ninguna supervisión, mientras ella pasa todo el día trabajando. Se ponen nerviosos cuando se les va la Internet. Resultado: no hacen las tareas escolares y el rendimiento académico es deficiente.

Son apenas dos ejemplos, de los tantos que abundan, de la irresponsabilidad de los padres. Muchos tutores también pasan todo el tiempo chateando por el móvil.

El 23 octubre de 2017 escribí un artículo titulado “La generación de idiotas de Albert Einstein” en el cual comenté sobre los daños cerebrales cuando damos mal uso los móviles inteligentes.

Al físico alemán Albert Einstein se le atribuye pronosticar que en un futuro no muy lejano la tecnología convertiría a la humanidad en “una generación de idiotas”.

“Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad. El mundo sólo tendrá una generación de idiotas”, dijo. El autor de la famosa Teoría de la Relatividad, punto de partida de la física moderna, estaba muy seguro del efecto devastador que generaría la tecnocracia en los humanos, que dejarían de ser seres pensantes para convertirse en presas fáciles de manipular o en zombis.

Sus predicciones, más que un insulto, deben ser digeridas como una sana preocupación y una correcta advertencia de lo nefasto que está resultando para la salud mental de los humanos el uso inadecuado de las modernas tecnologías.

En realidad, nos hemos convertido en zombis con el uso incorrecto, por ejemplo, de los teléfonos inteligentes, de manera voluntaria e involuntaria, que junto con las redes sociales invaden la privacidad de las personas al extremo de que se ha perdido la tradicional comunicación inter personal y el diálogo en la familia.

Años atrás, la familia se sentaba para almorzar o cenar y en ese escenario fluían los comentarios sobre diversos temas del diario vivir, se miraban a los ojos, reían y hasta hablaban de planes para los fines de semanas o para el futuro. Ahora, con la llegada de los celulares y las Tablet inteligentes, cada quien se concentra en lo suyo, en el chateo por WhatsApp, ver fotos y vídeos por Facebook e Instagram, enviar mensajes a veces insultantes por Twitter y otras andanzas.

Ya es una costumbre observar a un grupo de amigos chateando o enviando mensajes de manera individual en un restaurant, cafeterías, salones de belleza, en El Metro, museos, en el trabajo, parques de recreación, estadios de béisbol, futbol, las playas, ríos, disfrutando la ciudad en un carro convertible o cerrado, en un paseo por autobús, en un avión, en las reuniones y hasta en las iglesias.

Además, ya es normal ver a alguien caminando o cruzando una calle hablando por un celular y escuchando música con un audífono, distraído y ajeno a lo que pasa en su entorno.

En fin, somos víctimas de la tecnología de punta reflejada a través de los dispositivos móviles, que más bien son asesinos consentidos, aparentemente incontrolables.

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