• 27 abril, 2024

Como borregos

como-borregos.jpgEditorial publicado este lunes en el vespertino El Nacional

Para empezar hay que decir que nadie en su sano juicio debe oponerse  al reclamo de que el Gobierno cumpla  con la ley que ordena asignar el cuatro por ciento del Producto Interno Bruto a la Educación.

Aun así, es menester identificar a los samaritanos que impulsan y costean tan  profusa campaña, que incluye la distribución de miles de sombrillas, camisetas, afiches, publicidad en radio, televisión y prensa escrita.

La ley que  dispone ese porcentaje del PIB al sector educativo data de 13 años y nunca se ha cumplido, por lo que  debería llamar la atención que ese tema se ponga de moda de la noche a la mañana.

No se entiende por qué los sectores  que patrocinan tan novedosa campaña obvian  debatir el tema de la calidad de la inversión en educación, que ha sido sugerido por el litoral oficial.

A más de vestirse de amarillo y de protegerse del sol con una sombrilla del mismo color, es preciso señalar cómo se invertirán los 85 mil millones de pesos que se reclaman incluir para  el sector educativo en el presupuesto del 2011.

Más que obligar a niños de costosos colegios privados a vestir de amarillo en el día lunes, para  afrontar los  profundos y dilatados males de la escuela dominicana se requiere de un debate integral y no de una campaña dirigida a control remoto.

El Gobierno  anunció un incremento de cinco mil millones de pesos en el presupuesto educativo de  2011 que  será de 45  mil millones,  pero se insiste en la necesidad de que la sociedad toda  discuta sobre la garantía de que  esos recursos ayuden a mejorar la calidad de la enseñanza.

No está claro todavía  si los sectores detrás del telón que auspician y costean la campaña de la sombrilla amarilla, persiguen  en verdad  el anhelado gran salto hacia adelante en la educación, aunque lo menos que puede decirse al respecto es que  han reaccionado 13 años después de promulgada la ley del cuatro por ciento.

Se repite hasta el cansancio  que nadie en su sano juicio  debe oponerse a la aplicación de la ley, pero  la ciudadanía tiene derecho también a conocer con nombre y apellido o marcas corporativas a sus  proclamados samaritanos.

Un sociedad sensible y solidaria no merece que la acarreen como borrego.

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