• 26 abril, 2024

El Michael de mí predilección

Por Luisa Rebecca Valentín

En atención a la invitación que me hiciera llegar la Dirección del Gran Teatro del Cibao, acudí a la presentación en la Sala de la Restauración de ese centro cultural de Michael Camilo, pianista que realmente, pone en alto el nombre de la República Dominciana en todo el mundo.

Tras muchos años de seguir su carrera, un tanto de lejos, por no sentir empatía con su estilo percutivo e intenso, el pasado año tuve también la oportunidad de disfrutar, en la misma sala,  de un Michael Camilo melódico, asentado, interesado en desandar otros senderos musicales.  Esta vez, no voy a negar, que tuve mis temores,  quien sabe si volvería a su media original o diera un paso hacia adelante  en este camino de maduración de un estilo y una técnica de sello propio, de sabor a Michael…

Camilo arrancó con una exquisita introducción al piano, antes de entrar en materia.  Nos trajo a Cliff Almond en la batería, un californiano que reafirma que con un set sencillo se puede hacer maravillas.  Tres platillos, un hi hat, dos tontones y un redoblante es suficiente para que un cuerpo distendido pueda hacer magia entre baquetas y escobillas.   Un simple movimiento semi circular de las escobillas sobre el parche o un ligero toque de los dedos sobre un platillo marcan la diferencia en una pieza que toca Cliff.

En el bajo acústico, tocado a veces con arco, Charles Flores, no tiene que decir que nació en Cuba.  Basta con verle tocar y ahí lo comprobamos, disfruta de la música como solo lo hacen los cubanos.  Lo hace con dedicación,disciplina y gozo, como cuando se ama el oficio que se abraza.

Trajo los temas que se habían quedado siempre fuera de sus giras, vino con lo mejor de su repertorio.  En la tercera pieza, con aires de contradanza, casi toca nuestra identidad, que es lo que, a mi juicio le ha faltado al músico que se formó en clásico y se dejó cautivar por las pasiones del jazz.  La gente aplaude en cada estruendo musical, pensando que es el final de cada pieza, pero no,  hay que dejarse llevar de la música y esperar a que el músico termine su ejecución en solo o que levanten del instrumento las manos para traernos a la realidad y aplaudir.

Hubo espacio para el tumbao del bolero, con un piano diáfano y reposado, resultado de una depurada técnica clásica, la habilidad particular del ejecutante y su talento.  Es cuando interpreta «Reflexiones», un recuento de la vida artísitca, con sacrificios, lamentos y alegrías.  También trajo «Repercusiones», un blues dedicado, doblemente, a la percusión, donde Almond muestra lo mejor de la noche con un solo de batería.

Por qué llega la gente a las diez de la noche a buscar un asiento?  Medio acústico, medio percutivo, Estoy ante un Michael que, años después me da la razón.  Cuando recibió el doctorado otorgado por UTESA, le pregunté, si no consideraba que su estilo era muy atacante y que podía ser una etapa que luego alcanzaría su madurez, entonces me respondió que no, que era su estilo.  Ahora, el va alcanzando una acrisolada madurez en el piano que ha ido dando valor a los silencios, a las notas redondas del pentagrama que se sabe de memoria.

La noche incluyó el estilo tradicional de Michael Camilo, jovial, apresurado y fresco.  Latino, con su sello inconfundible, pero también hubo espacio para tocar como los grandes del jazz, al estilo Oscar Peterson, como en la pieza «Alfonsina y el mar», inspirada en un poema de la Storni e inmortalizada por voces como Paloma San Basilio y Danny Rivera, con quien Camilo ofreciera recientemente un concierto en Nueva York.  Hubo una evocación de las olas al atardecer.  Desde los primeros acordes, irrumpí en aplausos al asomar la melodía y el auditorio se unió ante esta sorpresa.

Michael quiere correr en el piano, como siempre lo ha hecho,  mostrar su destreza y su fuerza, pero ya se contiene, es más, ya disfruta de los silencios.  Es el Michael de mi preferencia…

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