• 19 abril, 2024

El rey sin vicios

De Julio Martínez Pozo

La afición que me ha llevado de manera apasionada por los vericuetos de la historia, prendió, tres décadas atrás, en los círculos de estudios del Partido de la Liberación Dominicana.

Juan Bosch no concebía la historia como archivadora de efemérides,  sino como la formadora del ciudadano.

En su catecismo nos explicó  que cuando los conquistadores  vinieron de forma accidental por estas tierras, España no era un imperio y ni siquiera un reino, sino dos, el de Castilla y el de Aragón, que se gobernaban de manera independiente pese a la unión matrimonial de sus  monarcas,  Isabel y  Fernando.

El descubrimiento lo efectuó el más atrasado de esos reinados, el de Castilla, y es después de la muerte de esos reyes, que surgiría el imperio español y quedaría unificado bajo el mandato de un monarca, que el primer rey de  los territorios hispánicos lo sería Carlos V, el fundador de la dinastía de los Austrias, que se enseñorearía por doscientos años.

A Carlos V, lo sucede Felipe II, el rey prudente, el  que logró mayor expansión territorial para el reinado de los Austrias.

En su obra “De Cristóbal Colón a Fidel Castro, El Caribe Frontera Imperial”, Bosch dice sobre Felipe II: “Hombre solitario en medio de todos los que le rodeaban, el mundo no le ofrecía placeres y el único alimento de su alma era el poder. Sabía que ese poder duraría el tiempo de su vida, y nada más, puesto que él mismo había dicho que Dios, que le había dado tanto reinos, no le había dado un hijo capaz de gobernarlos”.

La aprensión de Felipe II, resultó profética, porque tanto para los destinos del reino, como  para el futuro de los dominicanos, no pudo haber un soberano tan desacertado, como lo fue su hijo y sucesor Felipe III, al que se le ocurrieron las despoblaciones ejecutadas por el gobernador Osorio en 1605-1606, que crearon el espacio para que los aventureros franceses de la Tortuga, penetraran a la parte oeste de la isla, a establecer un asentamiento que después se convertiría en  país.

Acabo de leer un ensayo del historiador español  David Alonso García, en el que noto la misma tendencia de otros estudios: reivindicar a Felipe III. “Se ha dicho”, escribe Alonso, “que Felipe III era un rey poco preparado. Pero nació en 1578 para recibir una esmerada educación, siempre concebida para el ejercicio del poder. Esta pronto se puso en práctica. Comenzó a asistir desde 1595 a la llamada Junta de Noche, una reunión de gabinete formada por los personajes más influyentes de la Corte para tratar los temas más arduos a los que se enfrentaban los Austrias. Cierto que no tuvo la dedicación del segundo de los Felipe a la hora de leer, revisar, consultar, firmar y anotar las consultas que se les elevaban. Sin embargo, Felipe III siempre mantuvo un sentido nada desdeñable de la responsabilidad, aunque no fuera tan estricto como su padre en cuanto al compromiso administrativo.

“A Felipe III se le han imputado muchos vicios. Desde rey escasamente resuelto a persona timorata, poco apto para regir los destinos de la más poderosa monarquía del momento. Sin embargo, sus contemporáneos no lo entendían así y le denominaban rey santo o piadoso. Y vicios, vicios… solo tuvo el del buen yantar y la afición a algunos juegos de cartas, si es que tal cosa pudiera tenerse por inmoral”.

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