El vecino Medardo
Por siglos, muchos autores románticos o no, abordaron el tema de la multiplicidad de identidades. El concepto del doble, no sólo es común a la persona, se ha dicho, sino que puede atribuirse a la familia y hasta una sociedad. No me refiero, obviamente, al delincuente que para escabullirse se abroga varias identidades, falsificando sus documentos. De eso no es de lo que se trata.
Quienes abordaron literariamente el tema de las identidades, lo hicieron para recoger las historias, reales o no, del comportamiento sicológico del ser humano a través de los años.
La ficción de grandes escritores de todos los tiempos, manejó con maestría la parte sicológica de personajes cuyas características peculiares en ese renglón, son muy dignas de mención por su multiplicidad de identidades.
Como retrato de la realidad o como ficción, nos encontramos con personajes que su pensamiento está divorciado de sus acciones. Hombres o mujeres que aparentan tener un pensamiento, pero que sus prácticas nada tienen que ver con sus predicamentos.
Incluso, la Biblia, el libro de los libros, recoge en Santiago 1-8 que «el hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos». Pero el Evangelio de Mateo 7-15 es más explicito al condenar la duplicidad de identidades. En el referido pasaje, Jesús, a través de Mateo, señala: «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestiduras de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces». Y Jesús refuerza su sentencia con esta parábola: «Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos?». Y como para que nadie se llame a engaños, el Evangelio de Mateo en el versículo 19, del mismo capítulo 7, refiere lo siguiente: «Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego».
Eso dice la Biblia. Y podemos llenar un periódico citando a otros apóstoles en relación a las dobles identidades de algunos hombres o mujeres, que con sus actuaciones y pensamientos, pretenden engañar a la humanidad.
Apartémonos por unos minutos de la Biblia y acudamos a la literatura. A libros que fueron escritos antes o después de que naciera Jesús. En obras literarias antiquísimas, encontramos personajes que bien pertenecen al mundo de ficción de esos escritores. Nadie discute, sin embargo, que los actores de estas tramas pudieran ser el resultado de historias reales.
Medardo, por ejemplo. ¿Quién es Medardo? Es el personaje central de «Los Elixires del Diablo», la reconocida obra del alemán Ernest Theodor Amadeus Hoffman, que relata cómo el personaje central de su relato (Medardo) inquiere a su madre para que le explique las circunstancias en que vivió su padre. Ella, se revela en la historia, tiene que admitirle a Medardo que ese hombre, el padre de Medardo, no existió en su vida. En la trama se observa que Medardo quiere saber de ese tercer personaje, que en su caso no existió como padre, pero que él no se resigna a creerlo.
En ese relato, Medardo le arrebata la palabra al escritor para erigirse en el «Yo». Con el correr de la vida, uno se va encontrando por doquier con Medardos, que en desesperados intentos por reafirmarse como personas, como si se les estuviera negando esa condición, empujan a cualquiera o tratan de eliminar de su presencia a quienes consideran su obstáculo, aunque esa piedra no exista en el camino y solo esté presente en su imaginación.
Críticos reconocen que el arrebato que hace Medardo del «Yo» al autor de la obra, se produce por esa necesidad que tienen algunos seres humanos de reafirmar su existencia, aún en el espejo de aquellos personajes salidos del mundo de la ficción, como es el caso de Medardo.
Edgar Allan Poe, de quien vale destacar tuvo una influencia de Amadeus Hoffman, en su relato «William Wilson», retrata el claro ejemplo del personaje cuya acción difiere de su pensamiento para luego fundirse en uno. En la historia contada por Allan Poe, al principio, el protagonista es uno, luego se divide en dos y vuelve a ser uno al final, cuando el doble (mi antagonista), como la imagen reflejada en el espejo, dice al «yo» que acaba de matarlo. «Has vencido… te has asesinado a ti mismo», concluye Allan Poe.
Los personajes descritos anteriormente se repiten en la realidad actual, como resultado de la multiplicidad de identidades. Quienes así son, acuden a la prédica de sus propias mentiras, de sus particulares historias fruto de la fábula cuyos personajes son parte de un entramado irreal. Unos, los más engañosos, se visten de mansas ovejas, cobijados en algunos templos, dizque buscando a Dios. Otros, crean sus propios enemigos en una trama de guerrilleros frustrados, en su afán de convertirse en protagonistas del momento, creando fantasías con guerras imaginarias y guardias que les asedian.
Pero por más esfuerzos que se hagan por esconder esas dobles identidades, el «yo» oculto se saldrá del cajón, como un interior secreto, algo imposible de conocer, que es el lado oscuro del corazón. Por eso, no en vano, cuando Caín fue expulsado del Edén por haber matado a su hermano Abel, Dios le concedió la compañía de un perro para que éste ejerciera dos funciones. La primera, para que le protegiera de los animales salvajes, y la segunda a los fines de que identificara a Caín como pecador.
Esa diferencia no perjudica la unidad de la sociedad, o grupo al que se pertenece, lo que daña es querer etiquetar a los otros como hostiles, sin que digamos la verdad de nuestras fantasías guerrilleras, a pesar de que no hay guerrilleros, ni fusiles, ni tanques, ni municiones y sólo un inofensivo letrero, que a nadie molesta pero que no se colgó cuando desde el Palacio los inquilinos tenía otros temperamentos. Pero tampoco los humanos podemos asumir la condición de perro, a los fines de realizar doble personalidad.
En el caso de Medardo, cuando éste se dé cuenta de que no estamos en las montañas, entonces será tarde para notar que la cierta presencia del doble, significa una muerte política cierta.
Jesús dijo: «Guardaos de los falsos/profetas, que vienen a vosotros/con vestiduras de ovejas,/pero por dentro son lobos rapaces»./»Por sus frutos los conoceréis./¿Acaso se recogen uvas de los espinos/o higos de los abrojos?»/»Todo árbol que no da buen fruto,/es cortado y echado en el fuego».