• 24 abril, 2024

La ira conduce a la muerte

manuel voquez

Por Manuel Volquez

Pienso que uno de los grandes logros que pudiera ejercer un ser humano en su agitado tránsito por la tierra es dominar la ira. No es una tarea que resulte fácil de realizar, pero tampoco es imposible.

Nuestras calles están llenas de personas iracundas, violentas e irracionales, que eruptan chorros de insultos adornados con frases ofensivas y putrefactas.

Actúan con violencia por motivos insignificantes, como por ejemplo el roce de un vehículo o la ocupación de un parqueo, sin medir las consecuencias. Varias muertes han ocurrido en medio de esos incidentes por los efectos de la ira.

Dicen que el enojo, el orgullo y la competencia son nuestros verdaderos enemigos. Naturalmente, son cosas de las circunstancias o los engorrosos momentos que le toque enfrentar cada persona cuando se siente abusada e irrespetada.

La ira es definida como la respuesta emocional a la percepción del mal y la injusticia. Es un concepto con frecuencia, traducido como enojo, indignación, cólera o irritación.

En lo personal, cultivo la paciencia una como herramienta para evitar un fracaso inducido por individuos que tal vez por genética son propensos a causar problemas o cultivar la maldad.

Cada vez que salgo a la calle digo en mi interior la siguiente frase: “Calma tu ira y vivirás más tiempo”. No siempre cumplo ese cometido, pues hay ocasiones en que me dejo arrastrar por las provocaciones viales de un imprudente y salvaje conductor de carros públicos o privados, y estalló en ira sin pronunciar palabras.

Tanto los humanos como Dios expresan la ira. Pero hay una gran diferencia entre la ira de Dios y la del hombre. La ira de Dios es santa y siempre justificada; la del hombre nunca es santa y rara vez justificada. Eso dicen los defensores e idólatras de esa figura subjetiva que le llaman Dios.

Según la Biblia, en el Antiguo Testamento, la ira de Dios es una divina respuesta al pecado y la desobediencia del hombre. La ira de Dios contra el pecado y la desobediencia es perfectamente justificada porque Su plan para la humanidad es santo y perfecto, así como Dios Mismo es santo y perfecto. Dios proporcionó un camino para ganar el favor divino –el arrepentimiento – el cual aleja la ira de Dios sobre el pecador. Rechazar ese plan perfecto es rechazar el amor, la misericordia, la gracia y el favor de Dios e incurrir en Su justa ira.

Si Dios expresa su ira contra el hombre, entonces lo más lógico es que el hombre imite esa conducta contra sus similares. Es cuestión de genética divina. De tal palo, tal estilla.

Alguien de nombre Ralph Waldo Emerson dijo que “por cada minuto de enojo, perdemos sesenta segundos de felicidad”.

Es una de mis frases favoritas que utilizo cuando me veo al borde de entrar en ira. Luego pienso que por mi condición de salud, debo evitar la ira.

Un proverbio chino decía que “cuando te inunde una enorme alegría, no prometas nada a nadie. Cuando te domine un gran enojo, no contestes ninguna carta”.

El sabio Salomón, Rey del Reino Unido de Israel que sucedió a su padre, David, solía expresar que “el necio muestra enseguida su enojo; el prudente pasa por alto la ofensa”.

Es decir, somos necios cuando mostranos la ira, pero resulta que para el monje Dalai Lama “el enojo es uno de los problemas más serios que el mundo enfrenta hoy”. Eso es cierto y es la razón de tanta violencia en el mundo.

Hay dos frases de Mahatma Gandhi, el zar de la no violencia, que debemos cultivar en nuestra lucha contra la ira. Son las siguientes:

“Si la paciencia vale algo, debe perdurar hasta el final de los tiempos. Y una fe viva durará en medio de la tormenta más negra”.

“Nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado. Un esfuerzo total es una victoria completa”.

Mahatma Gandhi fue un abogado, político y pensador indio del siglo XIX y XX, conocido principalmente por reivindicar y conducir la independencia de la India a través de métodos no violentos.

Fue capaz de soportar de manos de las fuerzas represivas indias numerosos garrotazos cuando les ordenó a sus seguidores sentarse en el suelo, sin pronunciar palabras, para impedir que los echaran de un territorio ocupado de manera abusiva e ilegal por los terratenientes.

Evitemos la ira. Prometo que no me dejaré atrapar por ese veneno.

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