• 26 abril, 2024

Liudmila Pavlichenko la francotiradora del ejército rojo que ejecutó 309 nazis durante la invasión alemana a la Unión Soviética

Miguel Cruz Tejada

NUEVA YORK,- La impactante e increíble historia de la joven teniente del ejército rojo de la Unión Soviética Liudmila Pavlichenko, de la que muchos creen es una leyenda construida por la propaganda estalinista y otros, que se trata de una fábula que la pone por encima de sus reales habilidades de mujer militar, se reabre tras publicarse el polémico libro que habla sobre su historia de sangre, como una máquina de matar cazadora de guardias nazis de Hitler, de los que ejecutó 309, durante la invasión alemana a Rusia que comenzó el 22 de junio de 1941. 

Desde entonces, se le considera la mujer del ejército soviético de Stalin con la puntería letal más certera de la historia militar en Europa.

Ella viajó a Washington en agosto de 1942 y 25 años de edad, ya tenía el rango de teniente.

La suya no es cualquier historia. Se trata de una vida que se mueve entre la hipérbole y la sencillez.

Dejó los estudios en 1941 y se alistó en el ejército soviético, pidiendo ser integrada a la infantería donde aprendió a disparar con el rifle.

Participó primero en la defensa de Odessa y en la batalla de Sebastopol.

Alcanzó el reconocimiento por su precisión de tiradora.

Fue enviada a Estados Unidos en representación del Alto Mando Soviético para tratar de lograr el apoyo del país en el frente de Europa occidental, abierto por los nazis en 1940 al invadir Noruega, Dinamarca y Francia.

Herida por fuego de mortero en junio de 1942, fue retirada del frente de batalla y viajó en misiones de propaganda a Canadá y a Estados Unidos, donde participó en numerosas conferencias de prensa y eventos políticos, hospedándose en la casa del presidente Franklin D. Roosevelt y cosechó una sincera amistad con la primera dama, Eleanor.

Finalizada la guerra, terminó sus estudios de historia y basándose en sus diarios de guerra, escribió las memorias en las que refleja la incertidumbre cotidiana del combate y sus experiencias personales, como su relación con el teniente Alexei Kitsenko, con quien se casó.

A los 14 años comenzó a aprender a manejar las armas y era todavía una adolescente cuando estrenó su primer fusil. Ocurrió en Kiev, la histórica ciudad rusa a la que se había mudado con su familia desde Bélaia Tsérkov, la pequeña localidad ucraniana donde nació.

Había cursado apenas siete años de escuela y deseaba seguir estudiando, pero tuvo que comenzar a trabajar en la fábrica Arsenal. Trabajando en esa fábrica, se inscribió en el club de tiro. El instructor Fiódor Kushenko le enseñó lo básico, cómo sostener y recargar, cómo apuntar.

Comenzó disparando a puerta cerrada y luego a campo abierto. Acumuló horas de entrenamiento e insignias que le permitieron avanzar en el tipo de arma y el calibre.

Cuanto más perfeccionara la técnica, más complejas eran las armas que usaba. Su entusiasmo por el tiro no parecía quitarle el sueño a nadie en su familia, su pasión era vista como un deporte.

Sus aptitudes, interés y conocimiento de la producción de armas, además de su entusiasmo político la llevaron a la escuela de francotiradores.

Aprendió leyes de balística, cálculo de distancias, cómo y de qué forma puede desviarse una bala. Y obtuvo notas sobresalientes.

La guerra había estallado y ella, una francotiradora con altas y más que visibles credenciales, se incorporó a las filas del ejército soviético.

Se separó de su hijo y se fue al frente, del que ofrece algunos detalles desde cotidianos y hasta pueriles como lo delicioso que resultaban los desayunos militares o el miedo a las primeras detonaciones hasta las primeras armas que recibieron todos los reclutas, que era una pala.

Pasaban horas cavando trincheras. Después de semanas acudiendo al campo de batalla sólo con una granada, se enganchó un fusil Mosin estándar. Ese fue el punto de inflexión.

Siete cartuchos para dos nazis son demasiados

“Mi debut como francotiradora en combate fue en Beliayevka, el 8 de agosto de 1941. Nunca olvidaré ese día. Beliayevka, el 8 de agosto de 1941. Nunca olvidaré ese día. Beliayevka era una vieja población, bastante grande, fundada por los cosacos de Zaporizhia junto al lago Biéyole, a unos 40 kilómetros de Odessa. El capitán Serguienko requirió mi presencia en el puesto de mando y señaló con el dedo los confines de Beliyevka. Tenía el fusil sobre el hombro y del cinturón me colgaban tres cartucheras”, escribió en sus memorias.

La narración que hace, con detalles precisos y de una memoria prodigiosa, reconstruyen un pensamiento técnico, que entiende la acción de disparar como el resultado de un proceso metódico y frío.

“Empuñé el fusil y miré por el visor de la mira telescópica. La línea horizontal cubría la silueta del oficial que bajaba por las escaleras, aproximadamente hasta su cintura. Resolví una ecuación del curso práctico de balística que habíamos hecho en la escuela y el resultado fue: distancia al objetivo = 400 metros. Introduje un cartucho con bala ligera en la recámara y miré a mi alrededor para buscar un lugar desde donde disparar”, relata.

Pasar de entrenar con tiros a la diana a apuntar con bombas y proyectiles del enemigo mina la concentración y hace desperdiciar balas. Las acotaciones al respecto invitan, por igual, a la ternura o la risa, porque el lector puede reconstruir en su cabeza la imagen de la joven chica que se encuentra, con el arma en mano, en plena línea de guerra.

“Lucy – dijo con benevolencia el comandante del batallón mirando a través de sus binoculares a los dos oficiales que yacían inmóviles en el porche -, tienes que ahorrar cartuchos. Siete para dos nazis son demasiados”. (Con aportes de Karina Sanz Borgo de Voz Populi).

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