• 20 abril, 2024

Pareja ciega de dominicano y boricua vive un ardiente amor de «primer tacto»

De Miguel Cruz Tejada

pareja-ciega-de-dominicano-y-boricua-vive-un-ardiente-amor-de-primer-tacto.jpgNUEVA YORK,- No se puede decir que fue amor a primera vista, pero sí al primer tacto.

El es ciego y ella también.

Pero a pesar de la limitación física, Ignacio Vargas, nativo de Vicente Noble, un municipio de Barahona al Sur de la República Dominicana y la boricua María Vargas, de 61 y 49 años de edad respectivamente viven un ardiente amor como cualquier pareja de novios o esposos normales.

Ignacio, perdió la vista al sufrir de glaucoma crónica en su natal República Dominicana y por su situación económica y las limitaciones médicas de su país, quedó completamente ciego cuando tenía 18 años de edad.

Dijo que fue muy traumático, pero siempre mantuvo la esperanza, aunque le angustiaba pensar que tendría que pasarse toda la vida sentado frente a su casa, bajo las compasivas miradas de vecinos y transeúntes.

La Escuela Nacional de Ciegos que existía para la época, le quedaba a 204 kilómetros de distancia y a más de tres horas, con carreteras destartaladas en ese tiempo.

Con 31 años de edad, sus padres, Juan y Serpia lograron traerlo a Nueva York y un mes después, Ignacio se inscribió en la Escuela Católica Guía para Ciegos, donde aprendió a leer y escribir con el sistema Bradley, diseñado para los no videntes.

A los tres meses, el dominicano podía andar por toda la ciudad solo. En República Dominicano, no pudo avanzar del séptimo curso de la primaria.

Dijo que cuando consiguió la independencia en la escuela de Nueva York, fue como si hubiera vuelto a ver.

Durante dos décadas, trabajó como empleado en una empacadora de productos en Queens y luego se retiró. Ahora es un jubilado.

María, nació en Eloísa (Puerto Rico) y tras sufrir de retinitis pigmentosa,  a  los cuatro años de edad ya estaba comenzando a perder la vista.

Pero logró graduarse de bachiller, porque la pérdida de su visión fue gradual. Con siete años, llegó a Nueva York junto a su madre, estableciéndose en Brooklyn.

En un intento por esconder su ceguera cuando joven, hacía uso de su privilegiada memoria. Cuando entró al noveno curso, la pizarra y los exámenes se le esfumaban de la vista y decidió, frustrada, no continuar los estudios.

Relata que le daba vergüenza que la gente supiera que era ciega, pero al cabo de algún tiempo, la estrategia no le funcionó y dijo lo que estaba ocurriendo con sus ojos.

En 1985, la inscribieron en la escuela judía para ciegos, donde aceptó su ceguera. Narra que le huía a su primero bastón que ahora es su mejor amigo.

Aida Rivera, amiga del dominicano, sirvió de «enlace» para que la pareja se conociera telefónicamente. Posteriormente se reunieron en Manhattan, donde Ignacio se le dijo que estaba enamorado y quería casarse con ella.

En los dos primeros meses, caminaban agarrados de manos por las calles, visitan con frecuencia un restaurante de la cadena Caridad en la calle 191, donde degustaban camarones guisados. Tienen un hijo llamado Jordan que no heredó la ceguera de los padres y sobresale por inteligente con apenas 5 años de edad.

Hoy, día de San Valentín, el dominicano y la puertorriqueña ciega siguen viviendo su ardiente amor de primer contacto y lo celebrarán en el mismo restaurant de su preferencia.

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