SONAJERO
Grisbel Medina R.
Carla y Esperanza
Carla empeoró el domingo. Un dolor de barriga alertó a Kelbi, la madre que el último año casi vivió en el hospital Arturo Grullón. En los pasillos oncológicos, Carla legó los latidos de su corazón. El lunes a prima noche le pidió a su madre un abrazo y le reveló lo de tantas veces, el “mami, te amo” con que vivió y también murió.
En Savica, la funeraria vecina del nido aguilucho y la Arena del Cibao, fue expuesto el ataúd con el cintillo y el pelo rizo de Carla. Tenía tres años, seis meses y hablaba con todas sus eses. Cuando asomaba una cara conocida, Kelbi recordaba el mismo te amo y el cariño con que su hija se marchó del mundo de los juegos, del hábitat de amor, de las quimioterapias y plaquetas a trece mil pesos que tapizó su piel en los meses últimos.
El cáncer ataca por diversos frentes. No se amilana.
No le teme a las armas de guerras decomisadas, ni a la bravuconería de Vincho con su espectacular escolta. Al cáncer le da un pito el lujo, el glamur de la Marina o la amarga pobreza de Guachupita.
¡Qué va! Este es un enemigo silente acostumbrado a atacar en condiciones desiguales.
Hace pocos días, camino a los helados de doña Ivonne en Jarabacoa, mi amiga Irene expresó su impotencia ante el costo del tratamiento de los diversos tipos de cáncer.
Comenzamos con la lucha de Obama por bajarle el pulso al multimillonario negocio farmacéutico de EUA para concluir que es más rentable para los “papaupa” del sector, no hallar la cura de nada (incluyendo el VIH-SIDA) que aportar cucharaditas de salud o vacunas que tanto dolor ahorraría.
En Santiago, el Voluntariado Jesús con los Niños aportaba cinco mil pesos para las plaquetas de trece mil que tantas veces Carla necesitó. Negro Veras, en el libro donde relata el padecimiento de su fallecida esposa Carmen, se quejó del comercio que arropa el ejercicio de la medicina y particularmente de los “pontífices” de ciertas “sin fines de lucro” que viven de la enfermedad.
Freddy Beras Goico, recuperado de cáncer de páncreas, confesó en Santiago que ir al Oncológico de Santo Domingo era una lección de vida, o sea, un tsunami de dolor, impotencia y pobreza.
La vivaracha de Carla se apagó el lunes.
El cajón gris encerró su sonrisa.
¿También dejaremos morir la esperanza?