Sonajero
Grisbel Medina R.
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Tres curas
Agredir sexualmente en la niñez es un delito que deberíamos castigar con el peso implacable de nuestras leyes. No tengamos contemplaciones ni demos vueltas en los casos en que se identifican adultos como autores de la violación a niños, niñas, adolescentes. Una persona que no puede defenderse, que no cuenta con la edad ni la madurez para reconocer el acoso y la manipulación previa al ataque, vive en un estado de indefensión del cual se aprovecha el depredador sexual para cometer el delito.
Cuando el poder y la subordinación son armas del violador, frente a una víctima “obediente” de su estatus, el abuso es aún mayor. Y más cuando el agresor lleva sotana y es respetado por “representar a Dios” en estos mundos caribeños.
El exnuncio Jósef Wesolowski en la ciudad donde se hacen los cheques y el padre Alberto Gil en Juncalito, San José de las Matas, por pruebas debatidas y comprobadas, utilizaron el poder eclesiástico, su posición en las comarcas donde hacían sus “obras”, para granjearse amistades con niños y jóvenes, parte de las víctimas que se les cuentan de este lado del mar.
En los casos de estos dos terribles representantes de Polonia y una iglesia cada vez más desacreditada, la justicia dominicana ha actuado con presteza. En Constanza, por el contrario, la prosodia y habilidades del padre Johnny le han ganado ñen primera instancia- a los testimonios de las muchachas que aseguran fueron violadas en aquellos viajes de “evangelización” hotelera auspiciado por un sacerdote glorificado por la ignorancia de ciertos sectores del municipio. En este caso, la Fiscalía de Santo Domingo podría mirar un rato para Constanza, sin descuidar los pendientes con Gil y Wesolowski.
La agresión sexual marca para siempre y especialmente en la niñez. Nada caminará igual luego de padecer un delito como ese. Los violadores están casi siempre en el entorno de las víctimas. Son amistades, son familiares. Que la venda social y la lenta justicia no abonen terreno a la impunidad.