• 20 abril, 2024

Sonajero

grisbelDe Grisbel Medina

Gil en Varsovia

De ese “Padre” y la labor que realizaba con los “muchachos” de Juncalito, escuché hablar a un amigo en la mesa que siempre ocupa en el restaurante de su propiedad.

Sembrador de café y humano, ante todo, mi amigo me contaba sobre la formación, atención a comunidades pobres y las oportunidades que se abrían, gracias a un programa con estudiantes de La Sierra, del cual, él era un generoso promotor.

Cuando el “Padre” de Juncalito, el polaco Wojciech Gil, salió de las frescas planicies de La Sierra para ser foco en los medios informativos por denuncias de violación sexual, fue otra estocada mortal a la confianza de las familias, que raya en la ceguera, cuando se trata de “enviados de la fe”, con permiso de usar sotana.

El padre Alberto Gil, como se le conoce en Juncalito, era amo de esas verdes praderas. También verdugo de la intimidad, según las denuncias, de niños y adolescentes que no regresaron a la escuela. Hoy es un preso en Varsovia, donde le cantaron tres meses de prisión preventiva, por dos casos de agresión sexual a menores de edad, antes de venir al país y otros documentados por autoridades dominicanas, gracias a la presteza y responsabilidad, primero, del Ministerio Público del Distrito Judicial de Santiago.

Marchitar la sexualidad de la niñez es un delito, para mí, de rango gravísimo. No es un adulto íntegro: un niño o niña que ha padecido una embestida en sus primeros años de vida. Y que la auspicie un adulto y, peor, un sacerdote, es un crimen jamás sanado con rezar Avemaría y Padrenuestro. La justicia criolla, a mares de distancia, cumplió su rol. Confío en que el tribunal también alcance al también polaco, Joszef Wesolowski, ex nuncio y bebedor de cerveza en Dominicana, acusado de abusos a niños en este lado del mundo.

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